Las Cantinas; Memorias De Tampico
El Tesoro de la Sierra Madre, filme que ,tuvo como escenario el Bar Palacio.
Por: Oscar
Santiago Crisanti
Tampico,Tamps.
(2 Octubre 2017)El lugar está repleto de
parroquianos, unos elegantemente vestidos,
con zapatos lustrosos de dos
tonos, otros con ropaje de trabajo y más allá gente menos distinguida; pero
igual, su dinero tiene el mismo valor. Es la convivencia entre pobres y ricos,
hay un ambiente sano y plural, se habla del amor y el desamor, negocios, la
vida política, el deporte y no sé qué más.
Al fondo,
detrás de una barra de madera de cedro,
vehemente tallada, con paredes repletas de pinturas de bellas mujeres o
expresiones del puerto y un espejo de luna europea. Destaca la cara sonriente
de un hombre que sirve cervezas y tragos de vinos varios; su destreza para
atender es sorprendente, escucha las cuitas y triunfos de sus clientes, para
finalmente emitir un juicio, como buen psicólogo.
Es otra de
esas memorias de Tampico, la cantina, el bar, taberna o como se quiera llamar,
punto de reunión de cientos de caballeros donde se da rienda suelta a la
adoración al Dios Baco, al éxtasis.
Atrás, han
quedado los campos manchados de sangre por la refriega revolucionaria, el
puerto disfruta la bonanza del oro negro. Es el primer tercio del siglo XX, por
las calles deambulan todo tipo de gente, muchos de estos marchan en busca de un
lugar donde disfrutar de una cerveza, para mitigar la sed en ese calor del trópico.
Espacios
como el “Bar Palacio”, donde se filmó la película “El Tesoro de la Sierra Madre”
con Humphrey Bogart, los hoteles
Imperial e Inglaterra, Bristol, Manhattan, Astorga, ubicados en los que es
hoy, el centro histórico de Tampico, ya
gozaban de un reconocido prestigio por la venta del lúpulo y su apetitosa
comida.
Oliverio
Hernández Saldaña, era entonces un efebo, recién llegado a la ciudad,
procedente de su natal Ozuluama de Mascareñas, Ver. E iniciar una larga carrera
como barman en el Centro Español por el rumbo de las calles Colón y Madero, más
tarde en la “Cobacha” de don José García Vega, español muy querido entre la comunidad de la bohemia, por su exquisita
botana de los callos a la andaluza.
Degustar de
un ron Potrero, Potosí o Batey, tequila Hornitos, una cerveza Superior; escuchar los acordes del bajo
sexto, acordeón y los violines generaba
un goce celestial entre los parroquianos, hasta caer rendido en los brazos de
Orfeo.
Recordar es
vivir, dicta la sentencia, y para
nuestro cantinero, la bella época de esos espacios para la francachela
ya sucumbieron, hoy hay que sacar del arcón de los recuerdos esos hermosos
momentos.
Y vienen
como cascada los nombres de la Campana, Sevillana, el Pico de Orizaba, Peñón, La Cueva del “Capi” Salas, La Tapatía,
El Tampico, famoso por sus alubias estilo Andonegui, Asturias, Pescadores,
Molino Rojo, Cosmopolita.
Pero de
manera muy especial el Guante Blanco; de
la calle Sor Juana Inés y Carpintero, nombre derivado de la concurrencia asidua
de albañiles, de quienes afirma el cronista de la ciudad, Marco Antonio Flores
llegaban con” sus brazos marcados por la cal viva”.
En este
recorrido del placer, no podemos pasar
por alto, el bar Oaxaca de Cesar López de Lara y Ribera, el primer antro
gay que en aquellos tiempos de la moral y las buenas costumbres, causaba el
rechazo y comentarios precipitados de un
sector de la sociedad tampiqueña.
Hermoso
delirio, que nos sirvan la última y nos vamos, el choque del vidrio por el
excelente momento, el refrendo de la amistad, recuerdo de los amores pasados y
lo mejor del presente y futuro, ese es el ambiente de estos lugares de la
recreación y el éxtasis. Porqué “Un
brindis, vale más, que el humo de cien batallas”.